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martes, 9 de enero de 2018

HISTORIA DE DAMAS DE LA HISTORIA Dámasa Boedo (Damasita)

Otra Dama  de la historia enlazada con nuestro barrio, sobrina de Mariano Boedo, en las palabras de  Mónica Keuthe quien nos dejara su relato como un recuerdo más de su paso por nuestra Orden.


DAMASITA BOEDO



            Damasita o Dámasa Boedo nació en 1818 en la ciudad de Salta. Pertenecía a una importante y acaudalada familia de la ciudad, su padre se llamaba José Francisco Boedo y su tío era Mariano Joaquín Boedo






Se destacó desde pequeña por su gran belleza y afabilidad. Dicen que era rubia y peinaba sus largos cabellos en dos bandas a los lados del rostro, enmarcándolo. Sus ojos eran de un color glauco-celeste, orlados por largas pestañas negras, con labios  carnosos y un cuello largo y bien plantado sobre los hombros.

      




   





   Conoció al General Lavalle entre sus 23 y 28 años, el dato varía según los historiadores, a raíz de que él decretó el fusilamiento de su hermano Mariano Fortunato Boedo, acusado de ser espía rosista, a  quien ella quería mucho, por lo que abogó ante el general de todas las maneras posibles, pidiendo clemencia para su pariente, cosa que le fue negada.

      






      Debido a estos acontecimientos Damasita siente la necesidad de vengar la muerte de su hermano y decide acompañar, como soldadera, al ejército de Lavalle en su campaña a Jujuy, con la secreta esperanza de encontrar la oportunidad de matar al general y cumplimentar así su venganza.
            Como el corazón raramente entiende de razones, ella se enamora del general y él que era enamoradizo y afecto a las aventuras amorosas, también de ella.

            Damasita ayudaba a cuidar a los soldados heridos y velaba, vestida de soldado, ante la tienda del comandante su descanso.
            Al llegar a Jujuy, el general  avisa a las autoridades de la ciudad  de su arribo, pero éstas huyen despavoridas hacia Bolivia, por lo que la columna de soldados debe pernoctar en una casa de las afueras.
        




  La mañana del 9 de octubre de 1841, una partida del general Oribe ataca con un grupo de soldados la casa donde está alojado Lavalle y uno de los disparos se aloja en la garganta del general matándolo instantáneamente.

      





      Tras la derrota de Famaillá, un grupo de 160 leales soldados decide llevar los restos del comandante a Bolivia, para evitar que los federales los puedan localizar.






           El General Pedernera le ofrece a Damasita una escolta para volver a Salta, a lo que ella le responde lo siguiente:
            “Señor General, cuando una joven de mi clase pierde su honra, no puede volver jamás a su país. Prepáreme usted una mula para seguir yo también adelante y vivir y morir como Dios me ayude”


.

            Así acompañó al triste cortejo hasta Bolivia en un muy penoso viaje, huyendo de la persecución federal y teniendo que presenciar como  los restos, que no soportaron el viaje, eran reducidos a sus huesos. Dice la historia, que ella ayudó a llevar el cofre con el corazón de Juan Galo de Lavalle.



            Damasita permaneció en el exilio viajando por Chuquisaca, La Paz, Sucre, Coquimbo, Lima y Guayaquil, en estos andares se cruzó con Juana Manuela Gorriti, exiliada política salteña y como ella se dedicó a la enseñanza de niños y jóvenes.






           Acarició la idea de ingresar al convento de las Nazarenas en Lima, dado su alto grado de religiosidad y misticismo, pero su precaria salud no se lo permitió.


     

       En estos años mantuvo un romance con Guillermo Billinghurst ministro peruano, que la llevó a vivir con él a Chile.
         

   Tras esta fugaz relación, volvió a Salta y paseó por las calles de la ciudad su belleza, sus finas y caras ropas, como para demostrar a la sociedad que ella no era una deshonrada, ni vivía como tal.
            

Falleció en su ciudad natal el 5 de septiembre de 1880.

            Damasita nos muestra que a pesar de haber seguido su primer impulso de venganza, sus sentimientos y su corazón la llevaron a ser fiel a su amor, al que acompaño con fervor y lealtad, hasta su triste final.



                                                                                      MÓNICA KEUTHE


                                                                                  12 de diciembre 2009                

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