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viernes, 5 de octubre de 2018

CUATRO COMEDIA CORTAS

Para entretenerse en el fin de semana les entrego la segunda de las comedias que escribió Silvia N. Martínez

"PILUSOS EN LA PLAYA"



GABY: GRACIELA CODESIDO
JOSÉ: ALICIA RODRÍGUEZ 
ABUELO: MARÍA  LAURA VILA
 ABUELA: ESTELA FAURE
SEÑORA: MARÍA ISABEL PEÑA 
RELATORA: SILVIA MARTÍNEZ

 Llegaron en tropel, cerca de las 11.  Era una mañana espectacular de mediados de enero y la temperatura amenazaba con batir récords. Elisa había elegido aquel balneario alejado para poder leer y estar en soledad. El pueblito cercano era minúsculo, y las  pocas casas que se alquilaban, quedaban ocultas unas de otras por altos médanos de manera que la aparición de aquella gente, la tomó por sorpresa. Buscó con la mirada en lo alto del acantilado y descubrió una traqueteada camioneta, en la que seguramente se desplazaban los recién llegados. Suspiró, resignada. Eran muy pocas las personas que bajaban a la playa y Elisa pensó que la inesperada visita no sería muy bien recibida.  Volvió su atención al grupo, olvidada ya del libro abierto sobre su falda.
Bajaban las escaleras en fila india y así continuaron hasta llegar a la playa. Tres chicos encabezaban la marcha. Los más chiquitos, sin dudas mellizos, tenían las manitos  llenas de palitas, rastrillos y los tradicionales baldes de colores. El mayorcito, de unos 8 años, llevaba bajo su brazo una especie de barrenador plástico, con forma de tiburón y los 3 usaban gorritos del tipo Piluso, de color rojo.
Los seguía un hombre bajito, de bermudas estampado, musculosa negra y el mismo gorro, pero en color verde rabioso. Arrastraba, más que llevaba, una vieja sombrilla de lona, con varillaje de madera, que debía pesar una tonelada y con el otro brazo sostenía varias reposeras desvencijadas. Sobre su espalda cargaba  una enorme mochila.
Detrás de él iba una mujer, tirando de un carrito maletero donde habían colocado una heladera portátil, que por el tamaño, parecía un freezer comercial, y sobre ésta, un brillante balde rojo de 20 litros, por cuyo borde asomaban un par de termos y un cajón con el equipo de tejos. Aunque bonita, le sobraban unos 25 kilos, que era más o menos el peso de lo que debía llevar en la heladera, por la forma en que el carrito se atascaba en la arena. Acalorada por el esfuerzo, se quitó una capelina de paja que lucía algo torcida y comenzó a abanicarse con ella, mientras le gritaba al hombre:

GABY: ¡Pará, José! Nos quedamos acá, que no puedo más y me estoy quemando los pies.

RELATORA: José se apresuró a dejar su carga en la arena y corrió a ayudar a una pareja de  abuelos que venía detrás de Gaby, cada uno llevando un sillón de lona plegable, de los de tipo “tijera”. Ellos también usaban Pilusos, pero de color amarillo canario.

JOSÉ: Dejen todo acá, que ahora lo armamos. ¿Dónde están la Daiana y el Catriel?

RELATORA: Elisa vio que esos nombres pertenecían a dos adolescentes que cerraban la marcha, alejados por unos metros y con caras de “yo no los conozco”, él haciendo malabares con una pelota y ella cargando sólo un bolsito de plástico trasparente sobre el hombro. Pero se notaba que eran de la familia por los Pilusos azul eléctrico de sus cabezas.

Una vez todos reunidos, comenzó una discusión entre los dos hombres mayores sobre la mejor manera de instalar la sombrilla.

ABUELO: Lo mejor es ponerla en la orilla, sobre la arena húmeda, porque hay mucho viento y la abuela estará más resguardada ahí. Dame la palita para hacer el agujero.

JOSÉ: Nada de eso, si la ponemos allá, la sombra no rinde nada y además, la puede levantar un golpe de viento, dame a mí la pala que yo tengo más fuerza.

ABUELO: Qué fuerza ni fuerza, es cuestión de saber ponerla, ¿Me vas a decir a mí, que hace como 50 años que pongo sombrillas en la playa?

RELATORA: Al fin ambos transaron en un peligroso ángulo de 45 grados y la abuela se apresuró a abrir su silla tijera y sentarse en el medio del círculo sombreado, mientras José extraía de la mochila una cantidad de toallas y toallones suficientes para instalar una tienda.
Por su parte, la gordita ubicó la heladera contra la silla de la abuela, volvió a  encasquetarse la capelina y procedió a sacarse el pareo hindú con hilos dorados que la hacía lucir como un cartel luminoso. Seguramente alguien le había dicho que las rayas afinan la silueta, pero olvidaron decirle que el “animal print” de cebra, no era lo mejor para su silueta.  Los rollitos asomaban por los bordes de la malla como queriendo ver el mar, pero ella, indiferente, se bajó los breteles, los ató a su espalda y se dejó caer en la reposera que José, solícito, ya le había preparado, la que crujió lastimosamente bajo su peso.

ABUELO: Vengan mellis, vamos a hacer un pozo enorme para sacar almejas, y después las vamos a guardar en el balde rojo con agua de mar. ¡José! Querés sacar los termos y el tejo del balde que es para las almejas…

ABUELA: ¿Quién quiere un sandwichito?

GABY: Nadie, abuela, no van a comer nada hasta la una, por lo menos. Y cuidadito que alguno abra la heladera antes del almuerzo. Le corto la mano!

RELATORA: Mientras, el nene mayor corrió hacia el mar, arrastrando su tiburón de plástico. La madre, sin moverse de la reposera, dejó de aplicarse bronceador en el rostro.

GABY: José, vigilalo  al Jonatán que se va al agua y no descuides a los mellizos. Y vos, Daiana, cuidadito con desaparecer como siempre. Abuela, usted no deje que el Catriel abra la heladera a cada rato, que nos vamos a quedar sin cubitos enseguida y usted, abuelo, póngase a la sombra ¿O se quiere insolar? 

RELATORA: La mujer buscó el mejor ángulo para cocinarse, colgó la capelina del brazo de la reposera y cerró los ojos, momento que aprovecharon la Daiana y el Catriel para hacerse humo.  Disfrutando del momentáneo silencio, Elisa volvió a su libro, pero la calma duró poco, quebrada por los gritos de una mujer furiosa, que traía a la rastra al Jonatán de una oreja y al tiburón en la otra mano.

SEÑORA ENOJADA: ¡La madre! ¡Quiero saber quién es la madre! Este demonio casi me quiebra la pierna con esa tabla de porquería…

RELATORA: A Gaby le tomó un segundo incorporarse y salir en defensa de su cachorro.

GABY: ¡La madre soy yo! ¿Se puede saber qué le pasa, “señora”?

RELATORA: Antes de que la mujer pudiera contestar, se escuchó un aullido estremecedor que parecía salir de ultratumba. Gaby no había advertido que, sobre lo que se paraba, no era un montículo de arena, sino la panza de José, semienterrado por los mellis y el abuelo. El aullido de José se mezcló entonces con el llanto del Jonatán, que tenía la oreja inflamada como una coliflor por las sacudidas de la ofendida señora, los gritos de Gaby y las palabrotas del abuelo, que veía derrumbarse el castillo de arena que estaba construyendo. A esta altura de los hechos, Elisa consideró mejor retirarse, antes de que comenzaran a tirarse con los sándwiches de milanesa, que seguramente atesoraban en la heladerita.

Cuando ya llegaba al límite de la playa, Elisa se volvió para dar un último vistazo a la bochinchera familia, pero solo pudo ver un grupo de Pilusos de colores, corriendo detrás de la sombrilla que rodaba alegremente hacia el mar, dejando tras de sí a la abuela, despatarrada sobre la arena.





jueves, 4 de octubre de 2018

CUATRO COMEDIA CORTAS

 El 1 de septiembre las Damas del Abanico se reunieron en Bien Bohemio para recordar las tardes de te y novelas presentando cuatro comedias escritas por Silvia N. Martínez y leídas por algunas de las Damas.
Con una nutrida concurrencia se escucharon : "Puntos de vista", "Pilusos en la playa", "Fin de año" y "Un 31 distinto".
Como intermedio musical se pudo escuchar a Isabel Allevato y Liliana Spano que con sus cálidas voces nos hicieron deleitar con canciones, tangos y boleros.
Para aquellas que no nos pudieron acompañar voy a publicar estas comedias así conocen la pluma de  la  Dama Fundadora, como solía llamarla nuestra inolvidable Grace,
"PUNTOS DE VISTA"
 Personajes:

Relatora: Silvia Martínez
Policía : Estela Faure
Colectivero: María Laura Vila
Jorgelina : María Isabel Peña
Cheta : Graciela Codesido
Enfermera : María Rosa Spano
 Ciego: Alicia Rodríguez
 Hija : Silvia Aimery 


  
RELATORA: Una tarde primaveral, llega a la comisaría 3º el conductor de un colectivo que acaba de colisionar con un particular.
OFICIAL: Bueno señor, acá está su declaración, léala y si está de acuerdo, firme sobre la línea de puntos.
RELATORA: Era su primer choque. Habían transcurrido casi cuatro horas desde el accidente, pero el colectivero aún sentía las piernas flojas. Constató sus datos personales, y más que leer, revivió el hecho…
COLECTIVERO: “Yo venía tranquilo por Santa Fe y al llegar a Callao aceleré, porque vi que se venía la amarilla. De golpe salieron, no sé de dónde, la vieja y el ciego, que se venían peleando y no miraban nada, y entonces tuve que dar un volantazo, y ahí fue que apareció el Mercedes, que cruzaba Callao… pero yo no lo toqué, la mina se metió sola en el maxikiosco de la esquina. Para mí que venía chateando con el celular y  encima se abatató con los gritos de la vieja…  Por suerte, en la unidad no hubo heridos… Solo el gordo del primer asiento, que se hizo pelota contra la vieja máquina de boletos que todavía no sacaron, vio como es la patronal, mucho bla, bla, bla pero nunca terminan de actualizar los coches. Ah!, y un pibe que iba parado, comiendo papas fritas y del susto, vomitó todo en el medio del pasillo, un asco. Bueno, yo firmo, y espero que en la terminal no me multen por el atraso, total, lo que importa es que la unidad salió ilesa.”
RELATORA: Mientras esto sucedía en la comisaría, en una lujosa habitación de la Clínica Principal, la conductora del Mercedes Benz recibía a una reportera de “Rostros”, que iba en busca de una primicia y le relataba así lo sucedido:
JORGELINA: Pero, por Dios, María de los Remedios, qué fue lo que pasó, por favor, contáme todo en detalle, pero eso sí, mi querida, hacélo rapidito porque me cierran la edición, viste?
SEÑORA CHETA: “Jorgelina, mi amor, vos sabés que yo aprendí a manejar casi antes de aprender a caminar, soy una experta, casi como era Delfinita Frers, te acordás?... Aquella chica tan paqueta, que iba siempre a la Mansa en enero, porque no soportaba los turistas que invadían todo Punta en febrero… Bueno, se hizo corredora de fórmula 1… o 2, bueno, no me acuerdo del número, no importa. Volviendo al accidente: No te puedo explicar qué fue lo que pasó. Yo iba a lo de Julita Echeverry Virasoro, que acaba de recibir unos cocoteros enanos del Cairo que son una locura, y al cruzar Santa Fe, con luz verde, porsu, veo ese monstruo amarillo y colorado que se me viene encima tratando de no aplastar a una anciana y un no vidente que peleaban entre sí, sin decidirse a cruzar Callao o subir a la acera. Seguramente algún problema familiar, ¿viste?  Hay gente a la que le encanta hablar en público de sus parientes… Fue en ese momento que a pesar de mi pericia de conductora, el tenducho ése de las golosinas quedó enfrente de mí y ya no pude esquivarlo. Me quedó el parabrisas lleno de pegotes de chocolate. ¡Qué horror, Jorgelina!”
RELATORA: La entrevista fue suspendida por la entrada de una enfermera. 
ENFERMERA: Por favor señorita, tengo que suministrar un sedante a la señora. Déjela descansar, que la hora de visita ya ha terminado.
RELATORA: La enfermera se dirigió luego al office, donde sus compañeras de piso tomaban un té mientras un televisor encendido mostraba un flash informativo con imágines del colectivo cruzado sobre Santa Fe y el Mercedes incrustado en el maxikiosco.
ENFERMERA: Miren, chicas ¡Ahí está el accidente de la cheta de la 305! A ver qué dicen…
NOTERO: Todavía hay dudas sobre lo que pudo haber sido una tragedia, porque no queda claro si el colectivo cruzó con luz amarilla o roja, eso lo decidirá la justicia, si es que hay justicia, no sabemos. Lo que sí sabemos es que los hechos tuvieron lugar a raíz del intento de suicidio de una pareja de ancianos, los cuales, seguramente jubilados imposibilitados de subsistir con sus magros haberes, habían decidido poner fin a sus penurias, luego de una larga vida en común, más de cincuenta años, seguro. De lo que tenemos plena certeza es que tanto el colectivero, como la distinguida dama conductora del importante coche alemán, han puesto sus propias vidas en peligro para salvar a los ancianos, de manera que no se han registrado víctimas en el incidente.
RELATORA: Esa noche, la hija del ciego llegó a casa de su padre muy preocupada, pensando que seguramente debía estar más golpeado de lo que le había dicho por teléfono, en especial después que algunas amigas le habían comentado lo que se veía en la tele.
HIJA: Papá, por Dios! ¿Qué fue lo que pasó? ¿Te caíste? ¿Te golpeaste? ¿No te rompiste la cadera?  Mirá que cuando doña Clara se cayó del colectivo no le dolía nada y a los tres días ya estaba muerta…  ¿Estás seguro que estás bien?
CIEGO: Tranquila, no tengo nada hija, te cuento lo que pasó. (Riendo) Resulta que yo estaba parado en la esquina de Callao y Santa Fe, al lado del puesto de flores que hay cerca del cordón, disfrutando del perfume de los jazmines, cuando de pronto una mujer me asió del brazo, obligándome a bajar el cordón. Sorprendido, traté de zafar, diciéndole que no iba a cruzar la calle. Entonces me di cuenta que la mujer era sorda como una tapia, y se había empeñado en cruzarme cualquiera de las dos avenidas, pese a mis protestas y forcejeos. No hubo manera de hacerle entender que yo no quería cruzar, que estaba simplemente esperando a tu madre, que estaba en el dentista, para ir después a tomar un tecito por ahí. En medio de la discusión se produjo el choque del  auto con el maxikiosco y escuché la tremenda frenada del colectivo, pero  te aseguro que del choque,  yo no vi nada.