Contamos aquí una nueva historia de mujeres de la historia
en este caso es la abuela de Camila O'Gorman, una dama muy bella que vivió escandalizando a sus
contemporáneos.
LA PERICHONA
Ese fue
uno de los motes que conquistó Ana Périchon, luego de haber sido “La gitana de
las islas”, en peyorativa referencia a su nacimiento en la isla Mauricio,
colonia francesa del Océano Índico.
Contaba 22
años cuando arribó a estas tierras con sus padres, 3 hermanos y un marido
irlandés Thomas O`Gorman, el cual viajaba constantemente por América en dudosas
misiones comerciales.
No era el mejor
momento para las colonias; los criollos, que llamaban despectivamente “Pepe
Botella” a José Bonaparte, hermano que Napoleón había instalado en España,
no sabemos si por su menguada estatura o por la afición al
trago, no aceptaban su regencia y andaban de corrillos en conciliábulos.
Por otra
parte, se hacía evidente la codicia territorial de británicos, portugueses,
franceses e ainda mais, convertidos en moscones revoloteando encima de una
torta suculenta: la del poder.
La
Perichona, que a causa de las andanzas del marido quedaba sola por largos
meses, en ese ambiente que era caldo de cultivo para todas las intrigas
políticas, algo tenía que hacer para matar el aburrimiento. A práctica y
ensayo, terminó por descubrir su gran disposición y ductilidad, la cual le
permitía estar al lado de los patriotas y dada la ocasión, oficiar de espía de
los ingleses, los portugueses, los franceses o de todos ellos a la vez.
La
muchacha demostró talento para desplegar su arte y es de imaginar con tal
entorno, la agitada vida social, política y erótica que tuvo.
Ella tanto
se prestaba a proteger a algún contrabandista como a encubrir y hasta gestar
algún negocio turbio en estas orillas, como en el Brasil, donde tenía
familiares y amigos.
Pero la
trama de la vida es complicada; a más de uno se le enredan los hilos y se le
arma la galleta. Eso le vino a ocurrir a Santiago de Liniers, militar francés
nacido en Niort, que venía de una familia, a la fecha, con más blasones que
fortuna.
Había
combatido en Argel, en Menoría o Santa Catalina, en Brasil, contra los moros,
los ingleses y los portugueses.
Se había casado y enviudado dos veces; la
última de la hija de Manuel Sarratea y luego de haber tenido una juventud
zarandeada en las lides del amor y los combates, permanecía vegetando en estas
orillas por más de 20 años, como jefe de escuadrilla en el Río de la Plata.
A la edad
de 53 años, fue cuando la historia lo tocó en el hombro y en cuatro
vertiginosos años, antes de que lo alcanzara la muerte, pasó del anonimato al
poder.
Lo que
sigue es más sabido: la noche del 24 de junio de 1806 se representaba en la
Casa de Comedias “El sí de las niñas” de Moratín, cuando alguien alertó: ¡Una
expedición inglesa ha desembarcado en Quilmes y avanza hacia Buenos Aires!
Buenos
Aires tenía 40.000 habitantes y la pampa se adentraba por las calles de aquel
puñado de manzanas que conformaban la ciudad.
Al frente de una expedición de 1000 soldados
que salió de Montevideo, Liniers organizó la defensa con talento y energía, con
la participación del vecindario que supo convocar.
Tras la
reconquista, Liniers desfiló entre las aclamaciones de la multitud. Alto y
apuesto, el maduro francés saludaba a las mujeres apiñadas en balcones y
azoteas.
Ana
Périchon le arrojó a los pies su pañuelo de encaje, perfumado. Él, lo levantó
con la punta de su sable y lo elevó devolviéndole el saludo.
Y ya lo
dice el refrán: el hombre es fuego, la mujer estopa; llega el diablo y sopla.
A Liniers le interesó mucho conocer
a la dueña del diminuto pañuelito de encaje y sus diligencias propiciaron el
encuentro. . . y el entendimiento se produjo.
La Perichona
convivió con Liniers en la casa de la esquina de las actuales Reconquista y
Corrientes; allí tenían lugar reuniones de notables. Por influencia de Anita se
dispensaban puestos, favores y se intercambiaba información. Cada vez que el
marido llegaba de un viaje, el virrey le tenía preparado otro, destinado a ser
un nuevo Ulises sin Penélope.
Desde
luego, esa relación no era bien vista por la sociedad, al punto que desde
Montevideo, el gobernador Francisco Javier Elío, le envía por escrito a Liniers
el siguiente consejo: “Cuide su conducta licenciosa, que su casa tiene techo de
vidrio.”
Sabido es
que los consejos son una de las cosas que se suelen dar con mayor liberalidad;
y en este caso provenían de un impopular gobernante devenido en improvisado
moralista.
Pero ellos
continuaron con sus avatares amorosos, afrontando la opinión adversa de la
sociedad, que no mejoró ni cuando la hija de Liniers, Carmen Liniers Sarratea se casó con el hermano menor de Ana;
Juan Bautista Perico Abeille.
En
aquellas casonas, de recintos amplios, la ponzoña de la envidia también
destilaba sus tóxicos entre esclavos y servidores.
La
venenosa lengua de algún fisgón o fisgona entrometida hizo correr la voz de que
en los encuentros íntimos, la Perichona vestía guerrera militar sobre la piel y
se ponía gorra de coronela. . .
Evidentemente, Liniers no la estaba pasando mal, en tanto esa mujer
menuda, ocurrente, mundana y atractiva a la que él solía llamar “mi petaquita”,
se convertía en la piedra del escándalo.
Álzaga,
enemigo acérrimo de Liniers, quien también perdería la cabeza tiempo después,
aunque por otros motivos, se ocupaba en escribir al gobierno español, el muy
“alcaucil”, dando detalle del escándalo que significaba la relación del Virrey
con esa mujer licenciosa.
Tantas
fueron las presiones de las circunstancias, que el amante no tuvo más remedio
que sacarle a la enamorada, un pasaporte sin regreso a Río de Janeiro, dando
fin a la relación.
Es
entendible; siempre para un militar la Patria debe estar primero ¿O no?
La
Perichona, con gran pena partió al exilio, pero joven y bonita, pronto encontró
consuelo en los brazos de un inglés, nada menos que en los de Lord Strangford,
embajador de su país ante el reino de Portugal. Y con lo antedicho, ha quedado
visto y demostrado, que si de algo nunca padeció Anita Périchon, fue de
xenofobia.
OTILIA DA VEIGA
13 / XII / 2009
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