Una nueva y trágica historia de otra Dama de la historia
El
Almirante Brown justificaba la fascinación que ejercían sobre la joven Elisa
los grandes espejos de agua, diciendo que por las venas de la jovencita corría
la sangre de antiguos marinos irlandeses. Puede que así fuera, pero no debemos
olvidar que Elisa fue concebida a principios del año 1810 en medio del océano
Atlántico, cuando sus padres recién casados viajaban hacia Montevideo primero y
a Buenos Aires después, en busca de nuevos horizontes. El Almirante se enamoró
a primera vista de estas tierras rioplatenses y la pareja decidió radicarse
aquí, pero los portugueses confiscaron la barca con la que Brown pretendía
hacer comercio de cabotaje, por lo que debieron embarcarse de regreso a
Inglaterra. Nuevamente la criatura por nacer atravesó el océano en el seno
materno, y Brown creyó ver en ello un presagio que indicaba que el bebé sería
un avezado marino. Pero quién nació el 31 de octubre de 1810 fue la dulce
Elisa.
Vivió en
Inglaterra con su madre y su pequeño hermano Guillermo hasta 1813, cuando
Brown, que había regresado a Buenos Aires, va a buscarlos y regresan todos a la
convulsionada América. Brown se enrola en las filas de la incipiente Armada,
logrando éxitos fulminantes, pero sin ver casi a su familia, hasta que en 1817
su esposa Elizabeth, cansada de luchar sola para mantener a sus 4 hijos, se vuelve
a Inglaterra con los niños. Pero Brown corre a buscarla, y se instalan
definitivamente a orillas del Plata, en la quinta que poseía la familia en
Barracas. La pequeña Elisa, con escasos 8 años, había cruzado el Atlántico 4
veces, y ya en Buenos Aires, vive en una quinta cuyos fondos son los esteros
del río más ancho del mundo.
Ese río
leonado, con amaneceres plateados y atardeceres de oro; con el tranquilo oleaje
lamiendo los murallones del jardín, permitió que los Brown cristalizaran sus
deseos de vivir en paz en su nueva patria. Pero esa paz terminó en 1825, cuando
Brasil declaró la guerra a las
Provincias Unidas y Brown debió volver al frente de batalla, una batalla que
esta vez se desarrollaba a las puertas de su propia casa.
Habiendo el gobierno encargado al Almirante la formación de la flota que debía enfrentar al coloso portugués, la quinta de Barracas se convirtió en el lugar obligado de reunión para los jóvenes marinos que rodeaban a Brown: Tomas Espora, Juan Bautista Azopardo, Leonardo Rosales y también Francisco Drummond. Era el capitán más joven y también el más apuesto de la escuadra, con apenas 25 años y azules ojos irlandeses.
Elisa, con sus escasos 16 años, cautivó a Drummond con su dulzura y su inocencia. Los paseos que ambos compartían por la orilla del río, cuando los últimos rayos del sol ponían una nota de fuego en los cobrizos cabellos de la niña, así como las largas tertulias junto a la chimenea de la sala, ponían de manifiesto el amor que ambos se profesaban. Pero la guerra no cesaba. El 8 de febrero de 1827 Brown embarcó en la “Sarandí” y Francisco en la “Maldonado” y ambos libraron la gloriosa batalla de Juncal, que dio el triunfo a nuestros marinos. Francisco fue ascendido a Sargento mayor por su valiente comportamiento y los novios comenzaron a hacer planes para el futuro. Eran tiempos de urgencia, tiempos de guerra, cuando no quedaba mucho espacio para el amor, por lo que Elisa empezó a coser y bordar su traje de novia.
Pero
restaba aún una batalla, y el destino quiso que Francisco fuera herido cuando
se debatía como un león a bordo del bergantín “Independencia”. El corte de una
arteria provocó la hemorragia mortal y el valeroso muchacho solo alcanzó a
entregar a su amigo Juan Coe el anillo que estaba en su dedo, pidiéndole que se
lo llevara a Elisa Brown. Murió en brazos del Almirante, que alcanzó a darle un
beso en la frente, ese beso que no pudo darle Elisa.
Era el 8
de abril de 1827. Cuando Brown entró a su casa, no hizo falta que dijese nada.
Entregó el anillo de Drummond a su hija, que lo puso en su dedo sin decir
palabra y sin derramar una sola lágrima. Nadie volvió a escuchar su voz después
de esa noche. Al llegar la primavera, Elisa comenzó a cortar flores del jardín
y a arrojarlas al río durante sus largas caminatas por la orilla, mirando
absorta como las suaves olas las llevaban aguas adentro.
El 27 de
diciembre, al atardecer, se puso el vestido de novia que con tanto amor
bordara, recogió un gran ramo de flores y
caminó sin prisa hacia las tibias aguas. Al llegar a la altura del Canal
de las Balizas se dejó llevar por el río. Su cabellera de oro y su vaporoso
vestido la sostuvieron breves instantes, antes de hundirse para siempre.
Sus padres la
enterraron junto a Francisco Drummond bajo una lápida común, en el cementerio
protestante de Buenos Aires.
El
escritor León Benarós escribió en su honor:
Año de mil ochocientos
Veintisiete, año de duelo.
Elisa Brown se suicida
En las aguas del Riachuelo.
Ay, la niña valerosa
De la quebrantada fe.
Ya posa su pie en el barro,
Ya el río lame su pie.
Blanco era su pensamiento,
Blanco su amor floreció,
De blanco se fue hacia el río
Y de blanco se metió.
SILVIA NORA MARTÍNEZ
12/12/2009
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