Crónica
de una cama
Todo
ocurrió en Buenos Aires, donde mi historia comenzó, allá, a mediados del siglo
XIX. El Gobernador había ordenado que se utilizaran las más finas maderas en mi
construcción. Y no quiso nada de tientos para sostener el colchón: “Un fuerte armazón, también de madera
(esta vez de lapacho), que resista el peso de un hombre fuerte saltando sobre
él”. Esto último lo decía esbozando una sonrisa socarrona, mientras otro
tipo de acrobacia cruzaba por su mente. Terminado mi parto, salí de las
rústicas manos del artesano carpintero, con una trémula pátina brillosa sobre
el palo de rosa utilizado en mi confección. El buen gusto de la mulata que me
recibió de regalo, hizo que me colocaran un bello dosel encarnado, cuyos
cortinados. Al ser corridos, me convertían en un lujoso estuche, receptáculo de
sus desbordes pasionales con el Gobernador.
Aquel
tórrido verano dejó como recuerdo un hijo, al que en principio el mandatario
orgullosamente pensó en dar su apellido, aunque luego, temeroso del escándalo,
hizo pasar por un sobrino lejano. Mi fino cuerpo de palo de rosa se vio
sacudido, una vez más, por los movimientos de la mulata, pero ahora eran
dolorosas contracciones de parto que la dejaron exhausta y la llevaron a la
muerte, mientras la sangre que huía de su cuerpo junto con la vida, empapaba
mis finas sábanas de batista, hasta volverlas del color de las colgaduras del
elegante dosel. Nunca más supe del Gobernador ni de su hijo bastardo, pero sí
recogí las lágrimas del secretario, encargado de levantar la casa.
Fue
por su iniciativa que fui a parar a manos de un viejo maestro de música, casado
con una avinagrada beata. En cuyo hogar pude descansar de tanto traqueteo
sentimental, pero donde me aburrí soberanamente, al punto de extrañar incluso
aquel “Allá voy, mi Dulcinea” con que el Gobernador pretendía anunciar su climax amoroso y su
erudición, todo en una sola frase, de la que luego se reían hasta casi descuajeringarme,
la mulata y el secretario.
En
esa triste casa fue que asistí a la segunda de numerosas muertes que tendría
que soportar sobre mí, a lo largo de muchos años. El maestro murió, (creo yo
que para no tener q ue seguir viendo la
cara de su mujer), y la beata lo siguió unos años después.
Mi
hermosa estructura deambuló por las casas de algunos parientes pobres de la
insulsa pareja, en los cuales fui despojada de mi dosel, y llegué a estar
ocupada por varios chiquillos a la vez, para aprovechar espacio y tener más
calor en invierno. Ya casi ni recuerdos me quedaban de los suspiros, jadeos y contorsiones del amor,
cuando fui adquirida en un remate, nada menos que por el dueño de un hotel “non
sancto”.
¡Que
felicidad tan grande!
Allí me renovaron el lustre y me volvieron a colocar el
dosel, esta vez de tenues gasas rosadas, que insinuaban más de lo que
ocultaban, y la habitación a la que me destinaron, fue bautizada como “La Pompadour”. Una vez más me sacudieron
hasta agotarme, y sin embargo, mi duro entramado de lapacho resistió como en
sus mejore épocas.
Hoy,
llegado el fin de mi vida útil, me encuentro acá, arrinconada, en este
polvoriento depósito, esperando el desguace, cuando escucho una voz joven que
pregunta cuál es mi precio. Interesada, escucho el regateo con mi dueño actual,
y por último me cargan en una furgoneta bastante descalabrada, donde viajo
hasta las afuera de la ciudad. Una vez reubicada en un pequeño galponcito de
los fondos de una humilde casa, mi nuevo poseedor regresa con una muchacha que
luce un avanzado embarazo. Se detiene ante mí, y él le pregunta ¿Qué te parece?
Me estremezco al oírlo, recordando el sangriento parto de la mulata, pero ella
lo abraza, sonriendo, y contesta:
“Es una
madera preciosa. Apúrate y desármala,
que no veo el momento en que se
convierta en cuna”.
Fin
de la crónica y de la cama.
SILVIA
NORA MARTÍNEZ.
Felicitaciones Silvia por tan gracioso y bien llevado relato. Como siempre escribes con talento reconocido,humor e intigencia.gracias !
ResponderEliminarUn muy merecido final para tan larga y fructuosa vida! Se viene la gran colecta nacional para publicar los relatos!!! Un abrazo Silvia!
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